Aún podemos recordar con nostalgia como es que hasta hace
pocos años, desde mediados de agosto se
empezaba a vivir un ambiente patriótico y festivo como preludio a la
conmemoración de un año más del inicio de nuestra guerra de independencia, que
nos legó un país independiente de la corona española.
Las calles contaban con guirnaldas patrióticas y focos de
colores. Las casas en sus fachadas exhibían a su vez otros motivos decorativos.
Algo ha pasado pues el ambiente se ha vuelto frio y carente
del espíritu festivo de otros años.
Sin embargo, con la navidad parece estar sucediendo algo
similar. Se ha perdido este simbolismo que inundaba las calles desde principios
de noviembre. La publicidad obligadamente se vinculaba a la navidad. La música
navideña inundaba las calles y la programación de las radiodifusoras. La figura
obesa de Santa era cotidiana como símbolo y figura promocional de los grandes
almacenes.
Ahora está faltando entusiasmo. Las posadas se han
convertido en una fiesta ocasional, cuando varios años atrás, entre las posadas
familiares, las que se organizaban entre amigos y la de la empresa o el
organismo público donde se laboraba, transcurría con alegría la semana previa a
la navidad.
¿Será que el ánimo público ya no está para fiestas?. Estamos dejando enfriar nuestras tradiciones
llevándolas a su mínima expresión.
Sin embargo, lo más
grave es que esto pueda ser un alarmante indicador social de desánimo y
frustración.
Más allá del indicador anecdótico, es importante evaluar lo
que está sucediendo, pues un pueblo sin ánimo termina generando un país
fracasado.