No es lo mismo un testamento que el legado. El testamento es la voluntad de alguien que pretende dejar un legado o una herencia.
Generalmente, a quien deja a otros sus propios bienes, -o
sea, los de su propiedad-, la ley le protege para garantizar que sus deseos sean
respetados.
Sin embargo, un testamento político no es mas que un mensaje
que describe los deseos y expectativas de quien lo redacta. El legado que
recibirá el país como herencia de un régimen gubernamental no siempre
corresponde a las intenciones del testamento de quien lo redactó, pues nadie
puede decidir de forma definitiva por el futuro de lo que no le pertenece. Una
nación no es propiedad de ningún presidente. El tiempo lo dirá… la realidad
siempre se impone bajo las presiones del entorno y de las interpretaciones del
resto de los ciudadanos.
Es necesario entender que un presidente, -o cualquier gobernante-,
sólo es el administrador temporal de los bienes de la nación o de su comunidad.
Sin embargo, -al final-, su gestión será juzgada por la sociedad de forma
inexorable.
En el legado del presidente López Obrador estarán sus tres
obras cumbre, pero también sus daños colaterales. La depredación ambiental que
forzosamente lleva la construcción del Tren Maya, así como el encono e
injusticias derivadas de las expropiaciones de terrenos que se realizarán para
introducir vías, además, de una inversión estratosférica que no se recuperará
jamás, pues las utilidades de su operación el presidente ya se las cedió al Ejército.
Otro legado será la vulnerabilidad de la refinería de Dos
Bocas, que siempre estará expuesta a las inclemencias climatológicas y
ambientales, por su ubicación geográfica. Simplemente las lluvias generadas por
el frente frío número 21, -de mediados de enero pasado-, provocaron graves
encharcamientos. En algunas zonas de esta obra en construcción el agua llegaba
hasta las rodillas de los trabajadores.
Este proyecto inició de modo inverso, pues en lugar de buscar
la ubicación geográfica que ofreciera las mejores condiciones, se partió del
deseo de dotar a Tabasco de una gran refinería.
Además, el haber sepultado bajo el agua al aeropuerto de
Texcoco, -lo cual significa grandes pérdidas económicas para el país,
simplemente para evitar que otro gobierno pudiera rescatar este proyecto en el
futuro-, es otro legado del actual presidente.
El aeropuerto de Texcoco podría haber dado un gran impulso a
la economía de México desde la perspectiva turística, así como estimular el desarrollo
del mercado logístico.
A cambio, se edificó un aeropuerto modesto como el Felipe Ángeles,
que lleva integrados en sus costos de construcción la cancelación de la mega
obra del aeropuerto de Texcoco.
El legado de este gobierno no sólo se compone de bienes
materiales, -como son sus obras-, sino también los resultados intangibles de su
gestión: en la economía, en la salud, en la seguridad pública, en la justicia y
en la educación, las cuales conforman las condicionantes que impactarán la vida
de los mexicanos durante los próximos años.
El perfil del legado de un presidente se deriva de su estilo
personal de tomar decisiones y ejercer el poder.
El ejercicio del poder absoluto, -como lo tiene este
presidente-, tiene un efecto determinante en la psicología humana. Quien lo
alcanza se vuelve adicto a él y no entiende que lo recibe prestado, sólo durante
un periodo. Lo asume como indefinido, suponiendo que podrá ampliarlo más allá
de su mandato dejando como sucesor a un incondicional. Sin embargo, se equivoca,
pues quien lo hereda, -apenas se siente dueño de él-, también termina siendo
presa de la misma maldición y lo interpreta como propio.
De este modo, si analizamos la historia de México durante el
periodo priísta, iniciado con la fundación del PNR en 1929, -partido antecesor
del PRI-, descubriremos una larga secuencia de rompimientos entre presidentes
fuertes y sus antecesores.
Hasta alguien tan visionario como Plutarco Elías Calles se
equivocó en su estrategia para seguir controlando el poder más allá de su
mandato constitucional.
Durante el periodo de inestabilidad política que se inició
con el asesinato del presidente electo Álvaro Obregón en 1928 y la gestión
temporal de tres presidentes que se sucedieron en el cargo, gobernando periodos
cortos durante un mismo sexenio, Plutarco Elías Calles ejerció una influencia política
determinante.
En este contexto político fue que un joven presidente de 39
años de edad llamado Lázaro Cárdenas rompió con el poderoso líder máximo de la
revolución, el expresidente Calles, y lo envió exiliado a Estados Unidos el 10
de abril de 1936, con lo cual puso fin al periodo denominado “el maximato”, que
describe el modo en que el general Calles ejerció el poder durante la
presidencia de sus tres débiles sucesores.
A partir de este hecho histórico se repitió esta conducta. Cuando
un presidente fuerte quiso extender su influencia utilizando la supuesta
lealtad de su heredero para mantener su poder durante el gobierno de su
sucesor, surgió la práctica del rompimiento entre ambos, como un modo de
fortalecer el liderazgo del que hereda el poder.
Es sabido que el presidente Díaz Ordaz se sintió
decepcionado por la actitud de su sucesor, Luís Echeverría, quien había sido un
dócil secretario de gobernación mientras este presidente poblano gobernaba y
por ello lo impulsó hacia la presidencia, seguramente esperando seguir teniendo
una fuerte influencia política en el país. Sin embargo, el presidente
Echeverría reivindicó para sí el control absoluto del poder.
La relación entre el carismático presidente José López
Portillo y su amigo Luís Echeverría, -su antecesor-, se enfrió cuando el
primero decidió tomar para sí el control absoluto del poder presidencial.
Carlos Salinas de Gortari no tuvo problema para ejercer el
poder de modo unipersonal, teniendo como antecesor a un presidente totalmente
institucional y respetuoso de las formas democráticas, como lo fue Miguel De La
Madrid.
Sin embargo, quien parecía ser un presidente débil al inicio
de su gobierno, -Ernesto Zedillo-, no sólo rompió con su antecesor, -Carlos
Salinas-, sino que metió en la cárcel a su hermano Raúl y tomó el control
absoluto.
Durante la alternancia, periodo que va del año 2000 al 2018
el modelo presidencialista se desdibujó para dar paso a un perfil democrático
con partidos de oposición fuertes.
Parece ser que se nos olvida el impacto de los ciclos
sexenales que vivió México durante más de sesenta años, que significaban un
cambio de estilo de gobierno a partir del inicio de la era del presidente que
llegaba a gobernar bajo sus personales reglas. Nuestra economía resentía el
impacto de estos ciclos.
Sin embargo, hoy, ante el regreso del presidencialismo como
forma de gobierno, en el cual el titular del ejecutivo acumula poder como ya no
había sucedido durante lo que va de este siglo, surge mucha inquietud respecto al
futuro. ¿Qué tanto tiempo permanecerá la 4T gobernando?
Recurriendo a las enseñanzas que nos deja la historia
reciente podremos decir que aún impulsando el presidente López Obrador a su
candidato, -con el apoyo de sus simpatizantes-, si este llegase a gobernar, se
enfrentará a una disyuntiva: o deslindarse de su antecesor y de su proyecto, -la
4T-, para asumir plenamente el poder que le confiere el cargo, o tener que
reconocer que será un presidente débil que tendrá compartir el poder con la
oposición, pues aún teniendo el respaldo de López Obrador, este ya no tendrá los
medios para hacer política como lo hace hoy, que utiliza a su conveniencia los
recursos del Estado Mexicano. Para este presidente, que iniciará su sexenio en
2024, la consulta para revocación de mandato posiblemente sea un verdadero
dolor de cabeza.
La gran diferencia entre México y países como Venezuela,
Cuba, Nicaragua, Bolivia, entre otras naciones de Latinoamérica con perfil
autocrático y dictatorial, es que en México no existe reelección presidencial. El
mismo presidente López Obrador no podría traicionar sus principios y valores pretendiendo
derogar este principio básico de la identidad política de nuestro país, como
tampoco lo hicieron sus antecesores. Tendría que conformarse con tener
influencia política dejando a un incondicional que durante seis años renuncie a
ejercer plenamente el poder según su criterio, como lo define nuestra
Constitución.
También tenemos que reconocer que la fuerza de este
presidente reside en su carisma personal y que, aunque el poder se puede
delegar o hasta heredar, el carisma es un atributo personal que no se puede
endosar, pues cada quien debe desarrollarlo como traje a la medida.
El problema para lograr nuevamente la alternancia
partidista, -que ha sido uno de los grandes logros de nuestra democracia en lo
que va de este siglo-, es que hoy los partidos de oposición se ven pequeños e
incapaces de capitalizar el desgaste natural que impactará a MORENA apenas el
presidente López Obrador deje el cargo en 2024.
En las últimas elecciones, del 2021, los partidos de
oposición se vieron mezquinos acaparando para sus dirigentes las mejores
candidaturas, en lugar de dar prioridad a los militantes más competitivos e
incluso, abrir un porcentaje de esas posiciones para candidaturas externas.
Podríamos concluir que en política nada es para siempre,
pues dentro de MORENA ya están los rompimientos por ambiciones personales.
El futuro es una moneda al aire, en la que los testamentos
políticos son utopías.
PRISAS Y RIESGOS
Es tal la prisa por terminar de construir el Tren Maya a fin
de este sexenio, -para poder inaugurarlo como lo hacían los antecesores de
nuestro presidente-, que se están cometiendo los mismos errores de la Línea 12
del Metro de la Ciudad de México. Quienes toman las decisiones y quienes lo
construyen no perciben los riesgos futuros a los que someten a esta obra.
La Línea 12 del Metro de la Ciudad de México fue inaugurada
apresuradamente por el jefe de gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, a
unos días de terminar su mandato en 2012 y a poco tiempo de concluida se
empezaron a descubrir vicios ocultos y errores de diseño y construcción.
La historia de la Línea 12 es de todos conocida.
NUBARRONES EN LA DIPLOMACIA
MEXICANA
El conflicto con Panamá que inició por la solicitud de la cancillería
de ese país solicitando a México que no solicitase el beneplácito para la
designación de Pedro Salmerón como embajador en ese país centroamericano se
complicó por los comentarios desafortunados del presidente López Obrador.
¿Quién le podrá decir que en los protocolos diplomáticos
existen valores entendidos que exigen discreción y cautela?
Poco antes detonó el diferendo con España por el retraso en
otorgar el beneplácito a la designación de Quirino Ordaz Coppel como embajador
en ese país, como respuesta a fallas en el protocolo, pues el procedimiento
internacionalmente aceptado inicia con un sondeo informal de nuestra
cancillería con el país anfitrión, antes de formalizar la designación por parte
del país solicitante.
Sin embargo, nuestro presidente prefiere exponer en la
mañanera sus planes antes que cumplir con los protocolos.
Hoy exhibe a la canciller panameña en la conferencia
“mañanera” calificándola como la versión contemporánea de la “santa
inquisición”.
Es urgente que los diplomáticos de carrera se manifiesten expresando
su opinión, antes de que suceda algún conflicto grave con algún otro país.
¿A usted qué le parece?
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