Héctor A. Gil Müller
En pocas cosas coincide tanta gente: el mundo
enfrenta riesgos graves. Esta frase no es apocalíptica u obscura, la vida es
eso, un riesgo, que podemos o no disminuir según la inteligencia y las acciones
propias o colectivas. Las instituciones que creamos, sociales y políticas,
sirven para disminuir el riesgo, inician evidenciándolo y luego disminuyendo
las probabilidades de ser partícipes. Cuando una institución se olvida del
riesgo por el cual fue creada se debilita su congruencia y cohesión, su impacto
y sobre todo su justificación. Aunque siempre la fuerza de la tradición nos
hace justificar algunas cosas por el solo hecho que han sido creadas, aunque no
tengan utilidad alguna. Nos conducimos por experiencia más que por
inteligencia.
Estamos rodeados de un riesgo latente, cuando no es
una nota nacional es internacional, vivimos entre el miedo cotidiano y
justificado. El odio está incrementando la violencia, los latentes problemas
económicos se opacan ante una catástrofe ambiental. Tras la peste ahora la
guerra que ocupa las primeras planas avanzando en los diferentes países
mostrando la fragilidad de cualquier sistema fronteras que fuertes impiden
batallones cayeron por minúsculas gotitas de saliva, pero hoy miran con cierta
pasividad un conflicto entre Rusia y Ucrania que escala lenta pero
continuamente, somos frágiles ante lo que vemos y ante lo que no vemos.
Enlistar los riesgos mundiales es útil solo para
comprender la importancia que el mismo mundo da a ellos. Existe un fenómeno muy
interesante y muy humano, la inmunidad subjetiva, consiste, sin evidencias
objetivas, en creer que nunca sufriremos la condición que advierte el riesgo
que se presenta. Esta condición, muy mágica, se aumenta ante la desinformación
y una falsa seguridad que no es coherente con los cuidados que exige el riesgo.
Sabemos que los riesgos siempre son sobre
intereses. Es decir, solo asignamos un riesgo a algo que consideramos de
interés. Entonces existe en cualquier esfera de poder un listado, formal o
informal, que muestra la importancia a los riesgos. Esa importancia que es
meramente subjetiva permite actuar y prever las condiciones, elementos y
herramientas necesarias para enfrentar la situación.
Cuando los intereses están en tensión la escala o
listado de los riesgos se mueve. Es decir, en términos más llanos, la bala se
dirige a donde se apunta.
Pretender resolver las mayores amenazan que
enfrenta nuestro actual estilo de vida requiere una coincidencia de enfoques en
todos aquellos que algo puedan hacer. Se inicia pensando, volviéndonos
conscientes del riesgo y de las consecuencias que conlleva, esto es más
filosofía para entender y concluir acciones. Pero esa filosofía debe ser
encaminada a la acción. En el mismo año en que la Segunda Guerra Mundial llegó
a su fin, Bertrand Russell proclamó que el propósito de la filosofía era
enseñarnos "cómo vivir sin certeza y, sin embargo, sin paralizarnos por la
vacilación".
En nuestro entorno cotidiano, la filosofía puede
recordarnos nuestra desafortunada tendencia a dejar que unas prioridades paralicen
la acción en asuntos más urgentes. Que el bien de unos sea el malestar de
muchos o que la injusticia de una sea indiferencia para unos.