Héctor A. Gil Müller
El presidente López Obrador ha
presentado su reforma en materia electoral, una de las pretensiones que ha
mantenido durante su gestión. El argumento que abre la explicación de la
necesidad de la modificación, y me parece que, con razón, ha sido la
austeridad, el despilfarro no tiene cabida en una gestión republicana,
totalmente de acuerdo. Tengamos cuidado en que se trate verdaderamente de eso,
de una oportunidad de ahorro y no de otros intereses, porque las decisiones que
se pueden tomar ante una austeridad mal entendida pueden ser funestas.
La reforma electoral inicia
con el cambio nominal del Instituto Electoral, aquel que ha cambió de Federal a
Nacional y que hoy se propone, desde su nombre la insignia de consultas. El
Instituto Nacional de Elecciones y Consultas será el encargado, desde lo
federal, de organizar y operar lo electoral. La sola inclusión de las consultas
en su nombre, cambia el concepto de una democracia representativa. ¿Cuándo y qué
se ha de consultar? Un pensamiento extremista nos sometería a que las
decisiones públicas estén democratizadas y se consulten. Otra propuesta de la
reforma es que sus consejeros serán electos por la población. Complicado, pues
sometemos al árbitro a la seducción de ser candidato. Con total facilidad la
estructura política de un partido podrá asegurar candidaturas “ciudadanas” en
un ejercicio que parece abusar del concepto. La desaparición de Organismos
Estatales para centralizar todo en uno solo, si bien pareciera un ahorro
inmediato, pero a nivel federal no se pudiera cumplir con todo sin incrementar
el personal.
Ya se ha pronunciado la
oposición elaborando una “contrapropuesta” que incluye algunos puntos medulares
y combatan el argumento de estar solamente en contra. Incluir la elección
primaria o interna en todos los partidos organizadas por el propio instituto, eliminar
la sobrerrepresentación en la cámara de diputados y la segunda vuelta electoral
para elegir al presidente, la prohibición total y sanciones graves al uso de
programas gubernamentales con fines electorales y una regulación a las
conferencias matutinas del presidente durante el calendario electoral.
Con 26 meses de anticipación a
la contienda electoral presidencial esta reforma abre un nuevo escenario. En definitiva,
necesitamos y merecemos un cambio, un ajuste a los nuevos contextos. Que,
aunque no se trata solo de las circunstancias, porque Adán fracasó en el
paraíso y Jesús venció en el desierto, si debemos entender que las
circunstancias nos exigen ciertas competencias. Hoy la propuesta la presenta un
régimen muy fuerte, eso hace entrever que las consecuencias de la misma es
ganar mayor fortaleza, así pareciera. Pero ¿Qué pasaría si la propuesta se
entrega en un régimen muy débil? Esta reforma se suma a las habituales por cada
mandatario que buscan perfeccionar el sistema electoral nacional. Ahora con un
fuerte impacto en las finanzas buscando un ahorro monumental. La reforma
necesita el diálogo y negociación con legisladores de la oposición.
La reforma electoral será un
escenario de medición de fuerzas, en las que pudieran entregarse a los
opositores las consecuencias no alcanzadas de promesas fabricadas y así como
cualquier aumento a energéticos ya tendrá su explicación en la traición
perpetrada ahora el discurso se antoja similar. Estar a favor o estar en contra
no es política, al contrario, es lo menos político. Pero, en fin, vivimos entre
bebidas con saborizante artificial de limón y jabones con auténtico jugo de
limón.