La presión arrecia conforme se acerca la fecha de la decisión sobre cuál de las corcholatas heredará el legado del presidente López Obrador y será responsable de consolidar la 4T en el próximo sexenio.
Parece ser que el presidente no tiene claridad aún en su
decisión, pues la tensión no se puede ocultar.
El poder se puede heredar y así ha sido desde hace miles de
años. Quien ejerce poder generalmente pretende extender un poco más su
influencia, transfiriéndolo al heredero que garantice continuidad a su proyecto
personal.
El presidente sabe que Claudia Sheinbaum y Adán Augusto
López llevarían su proyecto adelante con una lealtad incondicional, “sin
moverle ni una coma”. Sin embargo, también se estará dando cuenta de que ambos
carecen del carisma que él mismo ha proyectado a lo largo de muchos años de
recorrer el país, lo cual le ha permitido, -que aún con todos los desaciertos
acumulados a lo largo de sus cuatro años de gobierno-, aún mantenga un alto
nivel de confianza ciudadana.
Sin carisma, cualquiera de los dos sería un presidente
vulnerable. Seguramente por ello el presidente está blindando su proyecto, -pretendidamente
transexenal-, comprometiendo la lealtad del Ejército, otorgándole proyectos de
obra civil.
El poder se hereda y el presidente no tiene duda de que
haciendo campaña para su elegido, -pidiendo abiertamente el voto a su favor-, éste
ganaría su elección y se convertiría en el próximo presidente.
Sin embargo, para gobernar hoy se requiere mucho más que la
legitimidad jurídica del voto ganado en las urnas. Se requiere, -adicional-, la
legitimidad del consenso, que sólo se consigue ejerciendo un liderazgo
incluyente que garantice representatividad social. La mayoría de los ciudadanos
debe sentirse representado, -y eso-, sólo se consigue con carisma.
Entre el carisma que tenía Hugo Chávez y lo que hoy proyecta
Nicolás Maduro, no hay comparación. Entre el carisma de Fidel Castro y el de Díaz
Canel, tampoco.
En contraste, Volodimir Zelensky ha tenido la fortaleza necesaria
para transformar lo que podría haber sido un conflicto regional, -como lo
fueron las guerras de Crimea y la del Donbás-, y en contraste, la guerra de Ucrania
se ha convertido en un conflicto global en contra de Rusia.
No cabe duda de que detrás de este logro está el carisma
seductor de Zelensky.
En nuestra realidad cotidiana vemos que ante la ausencia de
carisma de las dos “corcholatas favoritas”, -que le garantizan lealtad absoluta-,
solo le queda al presidente López Obrador el recurso de tomar control del
árbitro electoral. Ya que no lo logró en el INE, -como él esperaba-, el
presidente ahora va por el control del Tribunal Electoral del Poder Judicial de
la Federación, para poder neutralizar decisiones que no le favorezcan.
Por lo pronto, -la falta de carisma de Delfina Gómez en el
Edomex-, frente a su contrincante Alejandra del Moral, representa riesgos para
MORENA.
En fin, estas son puras especulaciones, pero la única
realidad es que ni Claudia, ni adán Augusto, poseen el carisma necesario para conducir
un gobierno fuerte y seguramente el presidente López Obrador ya es consciente
de ello.
El poder se puede heredar, pero el liderazgo es un atributo
que se construye individualmente como traje a la medida y además, el carisma es
uno de sus componentes básicos.
GARDUÑO Y LA NUEVA
MORAL
Si una tragedia como la de la “cárcel migratoria” de Ciudad
Juárez hubiese sucedido en el sexenio del presidente Peña Nieto, el “luchador
social” Andrés Manuel López Obrador ya hubiera realizado manifestaciones
callejeras para exigir la salida del director del Instituto Nacional de
Migración e incluso, fincarle responsabilidades políticas, -por su impacto en
la relación con los países de origen de los migrantes fallecidos-, y además,
penalmente.
En contraste, hoy el director del INM, Garduño, es protegido
desde la presidencia de la república.
Es cierto que las responsabilidades penales y jurídicas las
debiese definir un juez. Sin embargo, desde el punto de vista moral, Francisco Garduño
debiese haberse separado del cargo.
En tiempos diferentes y en roles diferentes, vemos hoy, -en
los tiempos de la 4T-, que la moral también es diferente.
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