Héctor A. Gil Müller
Ignacy
Jan Paderewski fue un gran pianista y compositor polaco que desempeñó
importantes funciones en el gobierno de su natal país, fue el 3er ministro de
Polonia y el segundo de la República de Polonia. Su fama mundial le valió de
plataforma en una época difícil, los preludios entre las guerras. Pocos
pianistas, sobre todo de la talla de este genio, han accedido a ambos
escenarios, el artístico donde las musas susurran encantadoras imágenes del
pasado y en la política donde los faunos inspiran encantadoras imágenes del
futuro. Porque el artista relata de su pasado y el político convence con su
futuro. Paderewski triunfó en ambos. Cosa rara y atípica, pero de vez en cuando
evidente.
Muchas
historias podemos destacar de su largo anecdotario, como siempre de las nobles
vidas se pueden obtener. Se narra que durante una temporada de conciertos en Nueva
York, Paderewski recorría las calles caminando sosegadamente y disfrutando lo
que llamaba; aires de libertad, se detuvo ante una casa de dónde salía una
terrible ejecución de Chopin, otro polaco famoso cumbre del periodo romántico, en
la puerta de la casa, en su dintel, se leía un pequeño cartel con la
inscripción: “Madame Williams, clases de piano $1 dólar”. Como pudo, el
pianista europeo, entrometió su cabeza por entre los barrotes de la ventana y
alcanzó a gritarle a la desentonada pianista; deje de tocar a Chopin, deje de
hacer esta masacre. Años más tarde coincidió que nuevamente el encumbrado
artista paseaba por esas mismas calles y su sorpresa fue grande cuando vio en
esa misma casa el cartel a la puerta que decía: “Madame Williams, alumna de
Paderewski, clases de piano $5 dólares”.
Cuando
Paderewski rindió protesta como primer ministro de Polonia, recibió una carta
firmada por un amigo músico americano que escuetamente le decía: “a Usted no le
felicito, sino que le doy mis condolencias, pues pasando de músico a político
ha disminuido su nivel”.
Hoy
vemos una política desgastada, una actividad de liderazgo cívico que parece
confundirse entre la necesidad de cumplir con el encargo y la necesidad de ser
ciudadano. Las candidaturas independientes son muestra de ello. Ya no confiamos
en quienes han mostrado interés de acceder al poder mediante una institución
política. Hemos hecho fiel eco a aquella frase del filósofo campesino que
rezaba: “los políticos son como los bebes, y hay que cambiarlos por la misma
razón”. Ya se ha olvidado que el candidato, en la antigua Grecia, era quien
portaba orgulloso la cándida, una
túnica blanca que reflejaba su vida de honor y mesura. Pareciera que la
política verdaderamente hace a la gente disminuir su nivel.
Siendo
entonces el poder tan seductor, tocando su música que atrae y también aleja. Parece
natural que en la política y cuanto más en campaña o precampañas, empiecen a
aparecer viejos amigos, habrá mucha gente que aproveche su cercanía a los
candidatos o a los nuevos funcionarios para obtener algún beneficio. Así como
aquella maestra aprovechó el regaño del gran pianista.