Héctor A. Gil Müller
La vida sin sus normas pierde
formas, frase solemne y poética de Benedetti, y cuanta razón tiene. Depender de
un criterio nos da velocidad pero sin las normas que limiten al criterio este se
convierte en un capricho. La función gubernamental está restringida a lo que la
ley permite, y esto nace para contener el tremendo lobo del poder, que nunca
satisface su apetito. Las divisiones de poderes, desde la óptica de Montesquieu
son la respuesta a la necesidad de fragmentar y elaborar un contrapeso entre
ellos. Su visión no solo acudía a 3 poderes, para él existía un cuarto poder,
el electoral.
El peligro de la pasión ante la
disciplina esta en mover los procesos, las normas y por ende los límites.
Cuando una decisión directa de compra obvia el proceso de licenciamiento o de
un concurso nos enfrentamos a un camino cuyo retorno es dificil. Porque una
caracteristica de la ausencia de limites es que la falsa libertad que otorga
nos seduce tanto como para regresar a la restricción. Recuerdo el dicho de un
exgobernador que ante una situación limitante decia: -extraño mucho cuando todo
era legal…-.
Los límites no se hicieron
solamente para impedir que lo de adentro salga, se hicieron también para evitar
que lo de afuera entre, de ahí el dicho que debemos cuidar las cosas pues
apreciamos su valor ya cuando se han perdido. La meritocracia, que sucumbe ante
la corrupción, resultaba la conclusión ideal para las reglas del juego
contemporaneo. Es facil mantener un orden cuando la promesa de ese orden está
culturalmente aceptada; estudiar, esforzarse y mejorar deben dar como
consecuencia crecer y alcanzar los satisfactores que en su momento se pusieron
como motivadores. Que injusta es la vida inútil de quien se entera que cumplir
las reglas no paga. Y quizá, si lo piensa, no debería de pagar, la motivación
de cumplir no debe ser el egoismo, pero sí la recompensa. La conclusión de
apegarse a las reglas debe ser vivir mejor. Si vivir en paz no es consecuencia
de la legalidad, entonces, ¿qué lo será?.
Las cosas temporales tienden
precedente, y siempre es mas dificil salir que entrar en algo. Es mas dificil
dejar el poder que recibirlo, salir de una adiccion que incorporarla. Las
rupturas que los inicios. Siempre es mas dificil salir que entrar. Debera ser
dificil cuando se pretenda civilizar lo que se ha militarizado, tambien lo que
se ha liberado o incluso lo que se ha restringido.
Las ovejas miraban la cerca como
un muro que coartaba su libertad, que maligna mente nos mantiene presos negándonos
la libertad, las cosas bellas que deben haber mas allá de ese maldito muro. Una
frontera que divide, restringe y separa. Se decian entre si. Estaban
convencidas, todas ellas que su único problema era esa cerca que impedia que
salieran libremente a los pastizales que suponían debian existir afuera. Se
decían: Si aquí, aparece comida y agua cada día, ¿Cuánto más debe aparecer allá
afuera?, siempre tras ese maldito muro.
Mientras tanto el lobo, escondido
desde los arbustos, veia esa cerca diciendo, esa maldita cerca que cuida a esos
suculentos animales de mi, tan solo que caiga la cerca y podré entrar.