Héctor A. Gil Müller
¿Cuánto tiempo durará la esperanza?, si no se ha corregido
ninguno de los problemas medulares de México, ¿cuánto tiempo más podemos
esperar?, la pregunta es intrigante, su respuesta frustrante. Cada mundial
asumimos que será el bueno para nosotros, que hemos de conquistar el anhelado
balón dorado, pero cada mundial nos recuerda el poco o escaso nivel con que
llegamos para participar. Sin embargo, eso se olvida durante cuatro años y a la
siguiente justa la “esperanza” vuelve a brillar y nos tenemos por potenciales
ganadores.
La esperanza ha sido usada para advertir que esta
transformación, la 4ª según algunas cuentas o selecciones arbitrarias, nos
llevará a un futuro muy diferente, ¿en cuánto tiempo?, nadie lo sabe. De alguna
manera la presidenta electa Claudia Sheinbaum ha señalado su gestión como el
segundo piso de esta transformación, ¿Cuándo terminó el primero?, ¿Qué es lo
que ahora tenemos?, quitando el tema de algunos apoyos sociales, que no
representan lo que en su momento fue la creación del IMSS, Infonavit, FONACOT,
pensiones, etc., y que sin duda alguna cubren necesidades extremas y vigentes,
no hay un modelo de construcción social que nos muestre dónde estamos y a dónde
vamos. ¿Estamos mejorando en seguridad?, ¿cuál indicador nos puede diagnosticar
para enfrentar ahora un pronóstico?
Salvo algunas modificaciones, cierres, restricciones o
eliminaciones, no hay un modelo que asegure o al menos permita evaluar que las
decisiones se tomen sin corrupción, que las compras se transparenten o que el
recurso público sea usado con el cuidado que uno pondría a los propios bienes,
(solamente nos quedamos con usar el bien público como si fuese propio). Si
desaparecen los organismos autónomos, ¿Qué suplirá su actuación?, estamos
regresando a una presidencia imperialista, un poder centralizado que no es
garantía de acabar la corrupción, al contrario, cuando llegue alguien corrupto
habrá de tener un país indefenso, desinteresado y sin participación. En los
caminos siempre es mas dificil salir que entrar en algo y el retorno al México
centralizado representan una dificultad especial. La pérdida de la identidad
ocasiona siempre el menosprecio por lo que tenemos. Lo que no valoramos es
facil que lo dejemos. Para algunos el retorno puede significar una mayor
disciplina, habilidad necesaria en las sociedades apasionadas como la nuestra,
pero no es garantía de ello. El centralismo quita la decisión social y no hay
ninguna necesidad de madurar, la responsabilidad desaparece y una sociedad que
participa menos también vale menos.
Los Aztecas migraron, de esa mítica Aztlán, impulsados por
la palabra dada por su dios Huitzilopochtli buscando Tenochtitlán. Lo que
olvidamos o nunca pensamos es que ellos migraron por más de 2 siglos para
encontrarla. Tenían paciencia. Si el pueblo hebreo anduvo por 40 años
atravesando el desierto para llegar a su promesa, nuestros antepasados lo
hicieron por 200 años. Seguramente mientras las temporabas arreciaban los
ánimos escaseaban y juraron seguir con esperanza la promesa, ¿por eso seremos
así?, los Aztecas vivieron en Tenochtitlán por algo menos de 3 siglos y la
perdieron ante los españoles y los indigenas sometidos en tan solo 2 años. Una
lección de paciencia. Pero no una lección de cuidar la esperanza cosechada por
500 años. Quiza la conquista solo fue, la lección del tiempo que lo conquistado
nunca es en valor de lo esperado. La distancia entre la expectativa y la
realidad, se llama decepción.