Los votantes que sufragaron a favor de Donald Trump ya han olvidado la toma violenta del Capitolio en 2021, instigada por el mismo candidato después de haber perdido la elección presidencial frente a Joe Biden. Esto fue calificado por las autoridades norteamericanas como conspiración y obstrucción de un procedimiento oficial, lo cual significa un atentado en contra del Estado de Derecho, pues no respetó las leyes electorales y no aceptó su derrota.
Los electores tampoco tomaron en cuenta los problemas
fiscales del ahora presidente norteamericano. No consideraron el escándalo que
representó el pago a la actriz porno Stormy Daniels durante la campaña presidencial
del 2016 para que guardase silencio por la relación sexual que mantuvieron, lo
cual concluyó en un juicio por falsificación de documentos.
Un hombre polémico que construyó su narrativa basada en la
confrontación contra los enemigos de Estados Unidos, -perfiles que él construyó
con base en estereotipos-, para entonces ofrecer al electorado su promesa de
protección frente a esos peligros. Su campaña se ha centrado en prometer al
electorado una política interna proteccionista y olvidarse de los problemas
globales que convirtieron a Estados Unidos en “policía del mundo”.
Definitivamente, más allá del carisma de Donald Trump y de los
aspectos oscuros que rodean a su trayectoria personal, lo que salta a la vista
es la insatisfacción de las grandes mayorías populares, de los marginados y los
descontentos y la urgente necesidad de encontrar a quien represente sus
expectativas e intereses, aunque arrastre cuestionamientos morales. Por ello, Donald
Trump logró convertirse en vocero de una ciudadanía crónicamente inconforme.
La elección fue ganada limpiamente, con el voto del Colegio
Electoral y de un electorado que está en busca de un cambio radical y por eso fue
tan sensible a las promesas de un político disruptivo y poco convencional como
lo es Donald Trump.
La interferencia electoral en el Estado de Georgia, calificado
este acto por las autoridades norteamericanas como “conspiración para cambiar
los resultados de las elecciones”, exhibe la falta de respeto que ha
manifestado Trump por la legislación electoral.
El caso de la sustracción de documentos oficiales, confidenciales,
-considerados “clasificados”-, tomados de la Casa Blanca para llevárselos a su
residencia privada ubicada en “Mar A Lago”, Palm Beach, Florida, fue otro
escándalo provocado por el hoy virtual presidente electo de Estados Unidos.
Sin embargo, entendido, el triunfo de Trump como un nuevo
fenómeno político nos devela el nuevo perfil de gobernante esperado por la
ciudadanía.
Muchos indicios nos alertan de que estos son tiempos para políticos
intuitivos, que saben leer la mente colectiva e interpretarla antes que nadie, y
a partir de ello son capaces de asumirse como reivindicadores de los sectores
sociales descontentos, hoy convertidos en mayoría.
La forma arrolladora como Trump obtuvo el triunfo, -con el
apoyo de un voto oculto-, nos habla de una tendencia social en busca de nuevos
modelos de representación política y nuevos sistemas de gobierno.
Sin embargo, la búsqueda del poder capitalizando el
resentimiento social y la insatisfacción colectiva, -sin que esté respaldada
por una auténtica vocación de servicio-, conduce al populismo. Esta falta de legitimación
moral en la búsqueda del poder termina vulnerando la ley y el estado de derecho.
Este es un fenómeno reivindicación social estimulado por las
nuevas realidades sociales de este mundo globalizado, -que rebasa los
condicionamientos ideológicos de izquierda o derecha-, o el tipo de país.
El mismo fenómeno se dio en las elecciones federales de
nuestro país, México, en 2018 con el triunfo de López Obrador y se refrendó en
2024 con Claudia Sheinbaum. La 4T obtuvo el triunfo con carro completo bajo la
identidad de la ideología de izquierda.
Sin embargo, haciendo de lado las etiquetas ideológicas, vemos
que el fenómeno Trump pintó de color rojo
republicano a estados que antes fueron demócratas, detonado esto por la
narrativa de Donald Trump, calificada como de derecha radical.
Definitivamente el futuro de la política ya no dependerá de
los partidos políticos, -ni de la ideología-, sino del carisma de los
candidatos y que estos sean capaces de identificar los más profundos temores, deseos
y expectativas de los segmentos sociales inconformes.
Quien está en su zona de confort se vuelve apático respecto
a los temas colectivos y de interés social. En contraste, los inconformes
siempre estarán dispuestos a reaccionar bajo el influjo de líderes carismáticos
y mediáticos.
Vienen nuevos tiempos de intensa actividad social. Sin
embargo, el reto será frenar el populismo galopante, de derecha o izquierda,
-da lo mismo-, pues lo que está en juego es la ancestral ambición de poder,
simple y llana, que generalmente los políticos nos la quieren vestir de
ideología y humanismo para seducir incautos.
La lucha por el poder absoluto siempre ha sido y será lo que
mueve al mundo y la demagogia populista, -valiéndose de las libertades que hoy ofrece
la democracia-, se está convirtiendo en el instrumento que destruye a las
instituciones para regresarnos en el tiempo, a los gobiernos autocráticos de
antes.
EL VOTO LATINO
Es incomprensible que el candidato que más amenazó con
deportar migrantes y más los insultó durante la campaña, terminase captando el
voto que casi definió la elección presidencial en Estados Unidos.
Es una premisa estereotipada suponer que el sector migrante,
-ya radicado en tierra norteamericana-, sería muy solidario con quienes hoy
buscan la oportunidad de mejorar sus condiciones de vida.
LOS JINETES DEL APOCALIPSIS
La bancada de la 4T, -como “jinetes del apocalipsis”-, continúan
su labor destructiva y ahora se preparan para la desaparición de los organismos
autónomos. A ese paso regresaremos a los tiempos de “su alteza serenísima”, Antonio
López de Santa Anna, donde había un gobierno autocrático.
¿Terminarán regresando al INE a una oficinita de la
Secretaría de Gobernación?
¿A usted qué le parece?
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