Para erradicar el machismo que tanto lastima a las mujeres en este país se requiere mucho más que declaraciones políticas de buena voluntad.
La violencia en contra de la mujer no es de hoy. Es un legado
bochornoso que viene de milenios y es de carácter universal.
En pleno siglo XXI, -aunque las diferentes legislaciones
occidentales le dan a la mujer los mismos derechos que al hombre-, y la sociedad
difunde estos valores, en la privacidad de la vida cotidiana aún se vulneran
estos derechos y la violencia persiste.
En México, -país machista por excelencia-, aunque se perciben
avances aún persisten viejas costumbres. Los salarios no son similares para
hombres que para mujeres por responsabilidades profesionales equivalentes. La
violencia intrafamiliar en contra de las mujeres persiste. La trata de mujeres,
-que siempre ha estado tolerada y ha generado historias de abuso y corrupción como
las de Tenancingo, municipio del Estado de Tlaxcala-, donde siempre se ha denunciado
que la prostitución ajena es un negocio familiar que ha generado mucha riqueza
para quienes hasta hoy viven de ella.
En el paquete de “usos y costumbres” en muchas comunidades
indígenas todavía es tolerada la venta de las hijas por unos guajolotes,
cabritos o incluso, -en una borrachera del padre-, el intercambio de un cartón
de cervezas por una hija. Total, todo se disfraza, incluso de boda, cuando en
la realidad es una esclavitud tolerada socialmente por la comunidad, aún en
contra de la voluntad de ella.
Sin embargo, hoy las redes de “trata de personas” se han
multiplicado y quizá un alto porcentaje de las mujeres muy jóvenes que
desaparecen inexplicablemente en México se relacione con este negocio.
Pero hay indicadores más sutiles, -como la violencia
intrafamiliar en contra de la mujer-, y la indiferencia en los ministerios
públicos para atender este tipo de denuncias, que generalmente quedan impunes.
El trato que muchos funcionarios dan a la mujer víctima de violación sexual que
denuncia, puede considerarse indignante.
Este es un problema complejo y profundo, donde intervienen
factores sociales y antropológicos derivados de la educación, pero magnificados
por los valores familiares y personales.
Quizá en el centro del problema están los roles discriminatorios
dentro de la familia mexicana. Los hijos son la felicidad del hogar y los que
disfrutan de todos los privilegios y las hijas las que asumen todas las
responsabilidades domésticas.
Los nacimientos de las hijas no se festejan tanto como el
nacimiento de los varones, que además parecen tener el privilegio de hacer
perdurar el apellido del papá.
En el seno de la familia se forman los estereotipos de
madres sobreprotectoras que incentivan el machismo en los hijos. Pareciera
haber, -en muchos casos-, un condicionamiento social que impide a una madre concientizarse
de que, con su tolerancia frente a los abusos de sus hijos en contra de las
mujeres, -novias, parejas o esposas-, está repitiendo la misma historia
dramática que seguramente fue vivida por ella, y que eso, no debe ser normal.
En los estudios antropológicos sobre “trata de mujeres”, realizados
por ONG´s, -como lo es el caso de
Tenancingo y otras localidades tlaxcaltecas-, la madre es quien instruye y
capacita al hijo para que se coinvierta en “padrote” y enamore jovencitas, a
las cuales la familia secuestrará y regenteará en actividades de prostitución.
Incluso la madre del “padrote” es la encargada de ejercer la disciplina en
contra de las mujeres rebeldes, así como encargarse de cuidar a los hijos pequeños
de las prostitutas, los cuales quedan en calidad de rehenes cuando ellas son
enviadas a trabajar a otras ciudades u otros países. De este modo estas
víctimas siempre regresarán donde están sus captores.
En la vida cotidiana muchas madres justifican la infidelidad
de sus hijos en contra de sus parejas y esposas y recriminan a la mujer vulnerada
que no sea tolerante, como ella lo fue con las infidelidades de su marido.
Aunque duela reconocerlo, es dentro de la familia donde
seguramente se están formando estos depredadores que aún hoy vulneran la
libertad de las mujeres y su derecho a vivir una vida libre de violencia.
Sin embargo, esta conducta materna sobreprotectora nos
evidencia que ellas también son víctimas de un sistema social que las
predispone y condiciona para actuar así.
Este modelo social manipulador ha generado un perverso
condicionamiento mental que queda oculto para ellas mismas como víctimas y para
los hombres que les rodean, pues permanece enraizado en el inconsciente
colectivo.
Desde muy pequeña cada mujer es programada de forma muy
sutil para dar continuidad al estatus quo social, hecho a la medida del género
masculino.
El modelo social aún vigente está hecho para regenerarse y
replicarse de modo involuntario, -de generación en generación-, y esto sucede
en el seno de la familia. Por tanto, debemos considerar a estas madres que
solidariamente se convierten en apoyo incondicional del hijo que sojuzga a las
mujeres cercanas como víctimas de un sistema perverso, que día a día las ha moldeado
para cumplir con este rol.
Este condicionamiento familiar pareciera ser un “techo de
cristal” que las limita sin que ellas se den cuenta, haciéndoles suponer que el
trato indigno recibido cotidianamente es normal y quizá hasta se lo merezcan.
Esta quizá sea una variante del fenómeno conductual
denominado “Síndrome de Estocolmo”, que describe la relación compleja de
dependencia emocional entre la víctima y su agresor, que impide a ésta abandonarlo.
Sin embargo, es esperanzador descubrir a una generación de
mujeres mexicanas empoderadas, que destacan en los ámbitos personal,
profesional, de negocios y en la política, porque se han resistido a este
condicionamiento, -y por tanto-, exigen respeto a su condición femenina.
Como derivación descubrimos también a una generación de
hombres de su mismo perfil, que gustosamente aceptan este nuevo orden social y
se sienten enriquecidos con su cercanía, -e incluso-, colaboran con ellas en
igualdad de circunstancias.
Pareciera ser que el eje de esta transformación de
empoderamiento personal es la educación, que abre la mente, desarrolla actitudes
y potencia sus habilidades.
Por ello no debemos dejar de exigir educación de calidad, que
es el camino para el empoderamiento de la mujer y el desarrollo personal.
No importa el nivel social y económico de la persona, pues
estos roles perversos afectan todos los segmentos sociales, incluyendo aquellos
poderosos económicamente. Del mismo modo, en los segmentos más desfavorecidos
social y económicamente, cuando se ofrece educación, se detonan grandes cambios
a favor de un estilo de vida donde la dignidad y la autoconfianza se convierten
en el eje del desarrollo y crecimiento personal.
No es a través de la violencia callejera como lograremos consolidar
esta gran revolución sociocultural y psicosocial, sino por el camino sutil de
la educación transformadora, que nada tiene que ver con el estereotipo político
del concepto transformación.
Para combatir la violencia en contra de las mujeres se debe
trabajar mucho para desarrollar la “sororidad”, que es la solidaridad entre
mujeres.
Sin embargo, todo cambio social requiere primeramente el
reconocimiento de que la conducta que parece ser normal debe ser inaceptable y para
que se consolide este despertar, es necesario la concientización profunda.
Quizá la realización de campañas de concientización para eliminar
estos perversos roles donde las víctimas participan en la formación de los
opresores, que se dan dentro de la familia. Debemos detonar una verdadera
liberación profunda que rompa con esta cadena sin fin, convertida en un techo
de cristal que limita la potencialización y empoderamiento de las mujeres.
El IMSS y el DIF son organismos descentralizados que tienen
como vocación el desarrollo del ámbito familiar sano y saludable y quizá ambos podrían
detonar este despertar social a través de campañas realizadas por profesionales
de la conducta.
LA POLITIZACIÓN DE LA SEGURIDAD PÚBLICA
Es extraño que un estado como Guanajuato, con alto nivel de
calidad de vida, mucha inversión privada y gran desarrollo, en seis años se
volvió tan inseguro.
Llama la atención que sea un estado gobernado por la
oposición, específicamente por el PAN.
¿Será que intencionalmente se dejó crecer el problema en el
sexenio pasado, -o para castigar a los ciudadanos por votar por la oposición-,
o para generar incertidumbre y descontento en contra del gobierno estatal, para
capitalizar este reclamo electoralmente?
LA EDUCACIÓN POLÍTICA
Lo sucedido en el último informe de la ministra Norma Piña, -presidenta
de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y cabeza del Poder Judicial-,
refleja la actual crisis moral de la política mexicana.
Lo esperado es que tratándose del último informe de quien
preside uno de los tres Poderes de la Unión hubiese asistido la presidenta Claudia
Sheinbaum representando al Poder Ejecutivo, así como quienes encabezan al Poder
Legislativo, o sea el presidente del Senado, Fernández Noroña y la Cámara de
Diputados, Ricardo Monreal.
El desaire manifestado con su ausencia dice mucho del
contexto político de confrontación que
hoy se vive.
No es que los políticos de antes fueran mejores. Sin
embargo, tenían delicadeza y finura para tratar incluso a sus acérrimos
enemigos y ello repercutía en el entorno de respeto en que la ciudadanía vivía.
Las declaraciones de la ministra Lenia Batres en su cuenta
de “X” en contra del mensaje de la ministra presidenta Norma Piña confirman
esta burda confrontación.
En su mensaje la ministra presidenta reconoció que se hacía necesario
reformar al Poder Judicial pero de modo integral y sin embargo, esta última
reforma impulsada por la 4T “no propuso una reforma para las policías, para las
fiscalías, para las comisiones de víctimas, para el sistema penitenciario que
se encuentra actualmente en ruinas”.
De hecho, esta fue una “reforma a modo” con fines políticos
para concentrar poder en otras manos.
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