Hector A. Gil Müller
Un embajador es el que representa los negocios del Rey, se estudia en la
Biblia hasta llegar al encargo: “somos embajadores en nombre de Cristo”,
representantes de alguien en algo. Elegir un representante es un tema de
congruencia e integridad entre lo que se es y lo que se quiere. La necesidad de
atención ante los temas, las particulares exigencias de cada momento han hecho
que los grandes mandatarios confíen su visión a otros que les puedan
representar a la distancia. La figura no es menor, en términos políticos contemporáneos
la representación no es personal sino institucional, un país en la persona de
otro. La propia idea de un embajador es alguien que mueve algo, alguien que
lleva un encargo a nuevos alcances.
La elección de un embajador es así, expresa el propósito y visión de una
relación a partir de una situación específica. En pasados días Donald Trump,
presidente electo de Estados Unidos presentó a Ronald Johnson como su propuesta
para ser Embajador de México. Es evidente que la formación militar de Johnson,
preparado como boina verde, su experiencia en la CIA, unidad de inteligencia y
seguridad norteamericana, y también trayectoria en América Latina expresan la
orientación de su objetivo para la relación con México. Pareciera el escenario
ideal para construir una especie de muro social frente una Latinoamérica que ha
sido incapaz de crear oportunidades de desarrollo para sus propios habitantes.
México puede convertirse en el sueño migratorio de otros. La combinación en las
condiciones exigidas por el Tratado de Libre Comercio, su impacto en las
relaciones laborales y también la presión en temas de seguridad y migraciones
generan esa expectativa.
El discurso de Trump mantiene el mismo tono; “vamos a defender los
intereses de Estados Unidos, frenar la migración y también el tráfico de
drogas”, Johnson cuenta con credenciales suficientes para liderar una
estrategia así. Llegará a México, una vez aprobado el cargo por el Congreso
Estadounidense tras una cercana y “exitosa” gestión como embajador en El
Salvador. Su cercanía con el presidente salvadoreño Bukele le permitió operar
con facilidad y presentar los resultados de una relación tranquila, efectiva e
intencionada. Llega a México con la misma expectativa, pero en un escenario
diferente y por recibir una embajada que Ken Salazar ha orientado hacia al sur
del país.
Confío que la experiencia global de Johnson le permitirá ser un traductor
diplomático de los mensajes populistas que desde Washington se escuchen,
recordar durante toda su gestión que representar los intereses de otros es
también conocer el ecosistema y consecuencia de su actuar. Ya otro embajador,
Jeffrey Davidow había explicado la relación con EUA en la metáfora: “El oso y
el puercoespín” en el que describió una relación de dependencia, que, aunque
dolorosa ahora necesaria, cercanos ambos en un abrazo que sufre las penalidades
del otro.
Entre las dudas que aun se mantienen, es que este enfoque priorizando temas
de seguridad ha hecho disminuir en su aparente importancia el tema económico y
la realidad que México es el segundo socio comercial para Estados Unidos. La
respuesta de la presidenta Sheinbaum ante el anuncio incluyó el reiterado
mensaje de defender la soberanía mexicana trabajando como iguales entre países,
construyendo esa relación binacional con cualquier embajador. Mientras tanto a
esperar y poner atención, ¿no le parece?