Amaury Sánchez
Honduras, tierra de café, remesas y aguaceros torrenciales, ahora es
también el escenario de un drama internacional que bien podría titularse
"¿Quién mueve mi base militar?". La presidenta Xiomara Castro, en un
desplante digno de un capítulo de House of Cards versión centroamericana, ha
amenazado con echar a las fuerzas armadas de Estados Unidos de la base de
Palmerola, todo porque Donald Trump –ese showman convertido en político– quiere
cumplir su promesa de deportar masivamente a hondureños.
Trump, fiel a su estilo, parece estar haciendo gala de una diplomacia
tan delicada como un rinoceronte en una tienda de cristalería. Mientras tanto,
Castro, con la audacia de quien sabe que tiene poco que perder y mucho que
ganar en popularidad interna, pone en jaque una relación bilateral que lleva
décadas funcionando, aunque con más grietas que una carretera rural hondureña.
De bases y beneficios: ¿quién necesita a quién?
La base de Palmerola, construida en los años 80 para frenar el avance
del comunismo en la región, ha sido un enclave estratégico para Estados Unidos.
Pero, según Castro, ya no tiene razón de existir. Traducido al lenguaje
coloquial: “Gracias, gringos, pero aquí ya no los queremos”. Eso sí, lo dice
con la cautela de quien sabe que patear el tablero militar podría traer
consecuencias no muy agradables.
Por otro lado, Estados Unidos no es precisamente el vecino que se queda
callado. Si las bases se van, el Tío Sam podría cerrar el grifo de la ayuda
económica o poner trabas a las exportaciones hondureñas. Y, seamos sinceros, en
un país donde las remesas de los migrantes representan el 25% del PIB, la
amenaza de deportar a 250,000 compatriotas es como quitarle la escalera a
alguien que ya está colgando de un precipicio.
Migrantes: los héroes anónimos de la economía
Los migrantes hondureños no solo mandan dólares; también mandan
esperanza. Pero si esos mismos héroes anónimos regresan en masa porque Trump
decide jugar a ser el sheriff del Viejo Oeste, Honduras se enfrentará a un
problema digno de telenovela: una familia (el país) que apenas puede alimentar
a los que ya tiene en casa, ahora tendrá que recibir a los primos, tíos y
cuñados que vienen con maletas llenas de sueños rotos.
El vicecanciller Tony García ya lo dijo: Honduras no está preparada para
recibir una ola de deportados. No hace falta ser economista para entender que
la llegada de miles de personas sin empleo ni recursos solo agravará la crisis.
La CELAC al rescate: ¿realidad o teatro?
En un intento por mostrar músculo diplomático, Castro ha anunciado que
convocará a una reunión de la CELAC, de la mano de la presidenta mexicana,
Claudia Sheinbaum. La idea es unir fuerzas para enfrentar a Trump y sus
políticas. Pero, entre nosotros, ¿realmente alguien cree que los países
latinoamericanos, con sus constantes desacuerdos internos, lograrán plantarse
como un bloque unido frente a Estados Unidos? Es como intentar alinear a un
grupo de gatos: posible, pero improbable.
Conclusión: risas, nervios y un final incierto
El duelo entre Trump y Castro promete ser tan entretenido como
preocupante. Por un lado, tenemos a un expresidente estadounidense que juega
con amenazas como si fueran tweets. Por el otro, a una presidenta hondureña
dispuesta a jugarse la carta de la soberanía, aunque eso signifique encender
una mecha en un barril de pólvora.
¿El resultado? Honduras podría salir fortalecida si logra renegociar sus
términos con Estados Unidos. O podría terminar lamentándose si las
deportaciones y la salida de las bases dejan al país en una situación aún más
precaria.
En esta tragicomedia geopolítica, el público –los ciudadanos de a pie–
solo puede esperar que el desenlace no sea tan desastroso como parece. Porque,
como diría cualquier buen hondureño: “Aquí estamos, con un pie en la miseria y
otro en el vacío, pero siempre con la cabeza en alto”.