La tragicomedia del poder eterno.

 


Por Amaury Sánchez

 Queridos lectores, hablemos de Venezuela, ese país donde la realidad hace cosplay de telenovela pero con guionistas de humor negro. Nicolás Maduro, el eterno presidente (porque en su mundo “eterno” significa ganar tres periodos consecutivos bajo sospecha), acaba de juramentarse con toda la pompa y circunstancia que su régimen controla. Desde el Parlamento chavista hasta los militares que, más que saludar, parecen ensayar para un casting de lealtad servil, todo grita: “¡Viva la revolución! Pero sólo la nuestra”.

 En el otro rincón del cuadrilátero político tenemos a Edmundo González Urrutia, el líder opositor que, desde el exilio, parece más un personaje de Twitter que un verdadero retador. Su llamado a los militares para que desconozcan las órdenes de Maduro suena más a un desesperado “háganme caso, por favor”, que a una orden que alguien en el Fuerte Tiuna vaya a tomar en serio. Pero hay que reconocerle algo: el hombre tiene el don de la palabra, aunque sus chances de regresar a juramentarse como presidente constitucional parecen tan probables como que el Ávila termine nevado.

 Mientras tanto, Maduro se pasea en todoterreno militar con escoltas corriendo a su lado (que no sabemos si lo protegen o simplemente huyen de la economía). En su discurso promete paz, prosperidad y algo que llamó “nueva democracia”. ¿Nueva democracia? Quizá se refiere a esa versión donde uno siempre gana, porque controla desde el árbitro hasta los aplausos del público. Su banda presidencial, más que símbolo de autoridad, parece una especie de talismán con el que conjura cualquier crítica externa, aunque según María Corina Machado, más bien es un grillete que se aprieta con cada paso hacia el autoritarismo.

 Y no olvidemos a los actores internacionales. Por un lado, Estados Unidos, que no sólo sube la recompensa por Maduro (¡25 millones de dólares, vaya oferta!), sino que además se prepara para apretar más sanciones con el regreso de Donald Trump. Por el otro lado está Rusia, cuyo presidente, Vladimir Putin, no perdió oportunidad de felicitar al “aliado estratégico”, demostrando que en la diplomacia mundial también existe algo así como Tinder, pero para dictadores.

 Todo esto se da mientras el país sigue arrastrando años de crisis económica, migración masiva y libertades recortadas. Eso sí, Maduro promete una “gran reforma constitucional” que, si seguimos la lógica de los últimos años, probablemente sea menos “gran” y más “reforma para que todo siga igual”.

 Así va el drama venezolano: un líder que se autoproclama héroe desde el exilio, otro que se autoproclama salvador desde un palco presidencial, y un pueblo atrapado en medio del forcejeo. Si esto no es tragicomedia política, no sé qué lo sea.

 Y así seguimos, queridos lectores, observando cómo en este reality show llamado Venezuela no hay cortes comerciales, pero sí muchos golpes de Estado, aunque algunos vengan disfrazados de discursos pomposos y juramentos con banda.

 ¡Nos leemos pronto, si es que Maduro no propone censurar los editoriales chuscos también!

 

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